En una casa de calle Chaneton al 150, en la ciudad de Neuquén, late una parte esencial de la cultura mapuche. Allí funciona la Escuela de Arte Milenario Mapuche, un espacio donde se enseña mucho más que técnicas ancestrales. Se transmite, clase a clase, una cosmovisión viva que se entrelaza con los telares, las palabras en mapuzungun y los delicados trazos de la joyería tradicional.
Desde hace más de 12 años, este espacio ofrece formación gratuita en idioma, telar y joyería a jóvenes y adultos. “Cada clase es una pequeña introducción a nuestra cosmovisión, a nuestras costumbres”, resume Mariela Pellao, coordinadora de la escuela y parte de la comunidad mapuche de Ruca Choroi. Para ella, este espacio representa un puente entre generaciones, una forma de visibilizar y reivindicar la identidad mapuche.
Aprender, transmitir, convivir
La escuela cuenta con tres kimeltufe, maestros: Élida Lican (idioma mapuzungun), Cecilia Kilapi (telar, ñiminhue) y Alejandro Montiel (joyería, rruchran). Todos ellos aprendieron su arte en sus comunidades y lo comparten con orgullo. “Nuestros padres y abuelos nos enseñaron y nos siguen enseñando. Nos han inculcado valores, la humildad, y seguimos caminando para eso”, destaca Mariela.
Aquí, el aprendizaje no se limita a lo técnico. Cada clase entrelaza la práctica con relatos, historias y saberes que vienen de siglos. “Cada comunidad tiene una costumbre, una vivencia diferente, pero todo confluye en lo mismo: en nuestra cultura ancestral, que sigue vigente, muy viva”, explica.
La escuela depende del Consejo Provincial de Educación (CPE) y sus clases están abiertas a toda la comunidad, tanto en sede como en instituciones educativas. “Vamos a escuelas primarias y de Nivel Medio a dar clases de idioma, de joyería y de telar en mapuche”, cuenta Pellao. A esto se suma una nueva propuesta: próximamente incorporarán clases de carpintería y cerámica.
La cultura no tiene fin
El ciclo de formación está pensado para dos años, pero muchos alumnos continúan asistiendo por más tiempo. “La cultura no es que termine en dos años, uno siempre sigue aprendiendo”, dice Mariela. Y lo reafirma desde su experiencia personal: “Yo nací y me crié en una comunidad, y aún sigo aprendiendo. Para mí es un orgullo enseñarles también a los que no son mapuche, transmitirles nuestras costumbres y tradiciones”.
Entre los sabores de su infancia, recuerda con especial cariño las comidas hechas con piñones, propias de su zona: empanadas, postres y harinas derivadas del pehuén. “Aunque hemos incorporado nuevos hábitos alimentarios, muchas cosas siguen presentes”, señala.
Trabajo colectivo y visión pedagógica
Los martes no hay clases. Es el día reservado para que todos los profesores se reúnan a planificar, intercambiar saberes y crecer juntos. “Nos autocapacitamos y proyectamos para dar lo mejor, con excelencia y honra”, afirma Pellao.
Algunas de estas reuniones cuentan con la participación del equipo pedagógico de la Modalidad Intercultural Bilingüe del CPE. Tomás Cañicul, Virginia Colipan, Cristina Valdez y Pedro Pérez acompañan desde lo pedagógico a los kimeltufe, con quienes trabajan en la construcción de herramientas didácticas, normativas, diseños curriculares y estructuras institucionales.
Este equipo también capacita a más de 80 profesores que enseñan en escuelas rurales de toda la provincia. “Cada kimeltufe tiene unos 20 alumnos y se encarga de enseñar idioma y cultura en contexto de comunidad”, explica Cañicul, y remarca: “Neuquén es una de las provincias más avanzadas en Patagonia en cuanto a políticas de interculturalidad”.
Identidad, pertenencia, territorio
Cristina Valdez subraya que la Escuela de Arte Milenario Mapuche cumple un rol clave: “Acompaña procesos de fortalecimiento identitario de niños, niñas y adultos que, por distintas razones, han sido expulsados a la ciudad. Muchos tuvimos que venir a estudiar, y la escuela acompaña ese proceso migratorio desde el interior de la provincia”.
La enseñanza del idioma mapuzungun no es solo un acto de transmisión lingüística: “Es fundamental para la identidad neuquina, no solo para el pueblo mapuche”, enfatiza Cañicul. La escuela, entonces, se convierte en un espacio de encuentro, de aprendizaje mutuo y de reivindicación.
Allí, cada clase es más que un aprendizaje. Es una forma de mantener viva la memoria ancestral, una invitación a mirar el mundo desde otra perspectiva. Una oportunidad, también, para que quienes no son parte de la cultura mapuche puedan acercarse a ella con respeto y admiración.
